MÁS Relatos sin más...

Cada día que pasaba le angustiaba más la idea de sentir su cuerpo como piezas, frágiles y sin encajar.
A veces pensaba que cada parte de su cuerpo podía andar sola porque, ella, había dejado de existir.

La persona que la cuidaba, le ponía paños en la cabeza cuando le subía la fiebre. Todas la tardes salían a dar un paseo aunque no hablaran, pero sus miradas se cruzaban cada vez que se tomaban del brazo para bajar las escaleras. 

Un día uno de los latidos se apagó por completo y ella por fin sintió libertad.

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